Impartir la materia de historia implica motivar al alumno a pensar históricamente, comprender el método con el que se elabora dicho conocimiento; los valores relacionados con éste, su influencia en la vida cotidiana en el aula, el entorno familiar y social, y las actitudes éticas y cívicas que presenta el discurso, aunados a los procesos del pensamiento que estimulan su estudio.
La selección de temas o momentos históricos específicos, por lo menos en la primaria, debe obedecer a un criterio educativo cercano a la realidad existencial del alumno, que le muestre un significado específico dentro del discurso histórico.
El enfoque del contenido deberá implementarse en programas que no necesariamente se apeguen al estricto recorrido cronológico. Pueden ser desarrollados por medio del planteamiento de momentos y problemáticas que correspondan no sólo al aspecto político, sino a otros ámbitos en el paso de la historia.
Se podrá hacer alusión a los juegos y cantos en los distintos periodos, se podrá debatir si se respetaba la equidad de género en la épocas precisas y presentar el imaginario social de esta época visto a través de sus leyendas, etcétera. Se podrán referir historias locales o regionales y su cohesión con el entorno nacional.
Hay que transformar el discurso historiográfico en un discurso didáctico que descarte los términos abstractos y generalizados para cautivar al alumno con narraciones que motiven su interes.
Para lograr que el devenir histórico que se imparte en el aula no quede en un mar de información abstracta y hasta cierto punto inútil, deberemos conferir tal coherencia al contenido, que sea capaz por sí mismo de estimular en el alumno la activación del pensamiento y posibilitar la espontánea práctica de sus habilidades y destrezas elementales al leer, escribir, hablar y escuchar mejor. Esto es, promover un enfoque constructivista.
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